sábado, 8 de noviembre de 2014

VIAJE


(Esto es una camisa planchada con la frente congelada. Esto es un hombre de 17 años y con un corazón, créanlo. Esta es su voz articulada por borrosas teclas o por el sonido que hacen éstas. Esta es su boca casta, estúpida, inservible por no tener kilometraje. Estos unos dedos roídos por una boca que en realidad no es la anterior. Estos unos pies correctamente al revés.)

VIAJE

Bien, hoy, según la lista, toca secuestrar a Papa Noel; discretamente revisar qué pediste esta vez, ver si fuiste niña buena o confirmar mis sospechas. Irme al Polo Norte con una Coca Cola en la mochila. Hacer unas paradas donde recuerde el hambre o ésta se acuerde de mí. En el camino leer “El acoso” del abusivo de Carpentier y marearme en el intento. Que se me duerma una pierna, que me duerma yo, que se duerma la Misionera de mi costado y lograr mi misión. Prometer que será la última vez que me muerdo las uñas y justificar esta última practica como una necesaria manicure amateur. Mirar cómo la Misionera reza y dice “amén”, decirle que en realidad es “amen”, sin tilde, verbo. Ver como la Misionera se despide de mí… Amistar a los audífonos. Escuchar al azar algo y que la aguja caiga en “Bubulina” de La máquina de hacer pájaros. Recordar a la mascota de mi amiga Indira que tiene el mismo nombre que esta canción, de pronto acariciar a Bubulina, de pronto darme con que es una pierna lo que acaricio y no un pelaje; ver que ahora tengo a una señora muy discreta como compañera de viaje; que me diga que se llama Catalina, que yo le diga “cerca”; que me diga “¿qué?” decirle “nada”.
Imaginarme un accidente, un despistamiento,  un ronquido del chofer y de pronto bummmmm: no saber dónde cogerme, golpearme la frente con el asiento vacío de adelante, mirar a la vieja dormida de mi costado y cogerme de ella, cerrar los ojos, abrirlos y verla muerta, escuchar algo sobre un sobreviviente, creer por un momento que soy yo, ver que no…
Pararme a revisar que el chofer esté despierto, convidarle un caramelo ácido, asegurarme. Preguntarle “¿Falta poco?”, que me diga sin sacar los ojos de la carretera “¿Tienes frío?”, comprender. Volver al asiento, pedir permiso a la vieja, primero despertarla, sentarme, mirarla y preguntarle “¿Cómo me dijo que se llama usted?” que me responda “Catalina”, decirle “cerca”, que me grite “¿qué?, cambiar de tema “¿Dónde baja?”, “Aquí, adiós”. Sentir frío al costado, pensar que o ya llegamos o la vieja aún estaba caliente. Llegar. Bajar. Abrigarse, descubrir que no tengo sino una mochila con una Coca Cola. Caminar, resbalar, mojarse el pantalón, ver la dirección, abrazarme, caminar otra vez…

Llegar, llamar a la puerta, esperar, golpear la puerta. Que salga un barbudo, decirle “Esto es un asalto” apuntándole con el dedo índice ahora supuesto cañón de pistola imaginario. Que el viejo me tema, que retroceda, apuntarle a la frente, decirle “Ha sido usted un niño muy malo”, disparar. Buscar su lista, encontrarla, verme tachado, verte niña buena, ver éste “quiero un hombre de verdad” tan resignado, limpiar mis lentes, sentir frío, sentirme niño tachado o malo, tomarme la Coca Cola, mirar, entristecer, apuntarme con el dedo índice en la sien, disparar… FIN

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