jueves, 25 de septiembre de 2014

Fruna

Cómo mirarte sin que parezca pool dance
justo cuando me llega el recibo de oscuridad,
sin decirte con los dientes que me caigo de mirarte.
Toses, te encoges y de pronto: una nube
entonces sonriente encajo mi brazo de tetera con la lluvia (dícese de agua con sabor a pescado lacrimógeno romántico que cae en cuotas cuando las losas se calientan demasiado).
Cómo mirar una hoja - espalda blanca
que brilla por su anonimato,
sin mirarte remando y silbando un hallelujah.
Hace un día de parpadeos que te encuentro a ti cerrándome las puertas
cuando busco las llaves,
busco el control remoto
y te encuentro agachada
detrás del sofá diciéndome: vámonos, hoy llueve, hoy nadamos pescados en un yellow submarine y si no quieres busca debajo donde la última fruna.

sábado, 20 de septiembre de 2014

Parpadeo inicial - página 0 - esquizoradio

Algo cose mi cabeza desde dentro,
pinchándose los dedos y fallando en dolor sus costuras. 
Cose con los ojos chinos, 
entrecerrados, 
atentos a la virgen piel que se hace uno conmigo,
duele, nótalo,
revisa cada cavilación que se une al azúcar del café,
escapa por los pies mojados. 
Abriga mis libros sin paraguas (ellas),
me mira desde los zapatos que quieren caminar y me dice verde con una mujer verde;
ahora me dice marrón como tus lentes y rojo como tus zapatillas,
ahora me dice perdón y nada más.

martes, 16 de septiembre de 2014

Nota 1


Yo no creo tener el cabello tan grande como para ser blanco peludo de represiones estéticas, de córtate el cabello por favor que pareces Chubaka. No creo tener el cabello suficientemente largo como para que me urja una trasquilada violenta. Pero no, no para los que juzgan de desabrida esta cabellera de, calculo, 8 centímetros. Yo no sé nada de peinados ni soy de los que, esperando el turno en la peluquería, mientras un par de cabezas ajenas se despejan, revisa revistas de esas que tienen centenares de peinados para todo gusto, tipo de cabello y ocasión. Me dedico al perverso ejercicio de observar los rostros de las tristes víctimas que soportan cada tijeretazo, cada afeitada sin piedad con la resignación con la que se reciben unas oleadas que no se adivinan de dónde salen. Mi rudimento estético se reduce a saber de memoria los pasos para tener un peinado elegante: coger el peine correctamente (no demasiado elegantemente como en los comerciales que hace de un cabello ordinario un enredado de alambre de púas), arrastrarlo junto con el cabello hacia atrás, mirar atentamente el espejo donde (con suerte) cada vez nos veremos más agraciados, separar el cabello con un surco al lado derecho de la cabeza, mirarse como modelo de revista y decidir si este arreglo es preciso para hoy o para nunca. No son pocas las veces que estos psicópatas peluqueros, estos confundidos jardineros con un pulso deplorable me dejaron el cabello como cadete de primer año, como para asesinarlos. Debía, pues, tolerar el tiempo que toma barbechar el cabello refugiado en casa, exiliado de la sociedad. Hasta que con mucha paciencia: Habemus Cabellera. Recuerdo que un amigo mío, Lud, que llegó a Pasco desde Tacna en circunstancias desconocidas, me contó una vez porque él tenía el cabello muy largo largo largo. Me dijo que cuando los españoles llegaron, en circunstancias muy conocidas, a Perú, vieron a los incas y exclamaron solemnemente “¡Coño! ¡Cuánto pelucón!” y decidieron rapar a todo el poblado para así reconocer sus estratos y quitarles todo el oro suculento que allí se acumulaba; yo nunca me creí eso, yo sospecho que si los españoles raparon a todos los incas fue por pura envidia de tanto cabello tan bien cuidado. Por lo tanto, aunque este testimonio no figura en ninguna crónica, desde aquel día en que llovió tanta melena, es un signo de esclavitud llevar el cabello corto. Lud no quería condescender con nadie, así que no paro hasta tener el cabello hasta las rodillas. Recuerdo esto mientras me acomodo el cabello que no me deja ver, mientras me imagino sentado en una especie de silla eléctrica, que resulta ser, nada más ni nada menos, que la silla de la peluquería, allí, relajada y lampiña.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Nota 0

Creo que la sensación de tener heridas súper sensibles en lugar de ojos, es por causa de la gripe contraída dios-sabe-dónde. Este síntoma se agrava cuando leo. Mi prima tienes 3 años y dice “Bob” con cara de bomba cuando le pregunto por el nombre del cuadrilátero amarillo dibujado en un libro (que saqué de la biblioteca para que no se quede mirándome estupefacta cuando leo a su lado). Ahora mi prima me pregunta por otro personaje que no es más que otra vez Bob Esponja levantando el dedo triunfalmente. Le digo: “También es Bob…”. Ella se queda con cara de nomejodas, ¿sí?. Le explico todo el fenómeno éste de aparecer en diversos lados gracias a la magia de los libros y a la ilustración, se lo explico con ternura y consentimiento, mas ella aún no borra su gesto desconfiante. Aplico toda mi paráfrasis infantil para explicarle que sí, que Bob puede estar donde a él se le antoje. Llevo 10 minutos desplegando mis palabras más simples e inocentes, casi sacadas de alguna canción monoacorde de miss Rosy, para que Yasmith entienda que los libros pueden tener, si quieren, docenas de veces a sus personajes dibujados por página; que es un poder inefable y por eso delicioso… Me mira, asiente con la cabeza con más aburrimiento que con comprensión. Se despide de mí dejando el libro sobre el sofá. Me emociona que ahora sepa que la literatura es magia que se entiende con el sólo soñar… Mis dedos están congelados, estoy con los ojos entreabiertos, rojos, delante de ellos mis lentes marrones que oscurecen un poco todo para que, así, no tenga que cerrar los ojos como Randall en Monster, Inc. De pronto, como si hubiera pisado distraído algún clavo vertical, algo se agolpa a mi entendimiento… ¡Coño! ¡Qué increíble que un personaje sea omnipresente porque sí! Veo como a 4 Bobs en la página y lo envidio: este hepático prisma ridículo y medio homosexual es mucho más poderoso que yo. Entonces odio a Bob y volteo el libro abierto, poniéndolo cara abajo para dejar de ver a Bob, pero no, maldición: Bob aparece sonriente en la portada y, en el colmo de la omnipresencia, aparece 2 veces en la contraportada. Fin.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Miau

Che, he notado cuando
me miraba las zapatillas que
no sos tú en tus mejores días,
soy yo en mis peores días,
en éstos que a los sueños son nocivos,
éstos que anudan los zapatos,
es preciso entonces dormir tarde
para escuchar
los consejos de los gatos de disímil vida, other life, please.
Me dicen cosas como que no saben de dragones,
cosas como que la noche no está estrellada
y cosas como que son más miopes que yo,
cierro la ventana
me enfrío,
me visto de gato esperando así
entenderte un poco más: ronronea, ¿ya?
le pongo una gorra a la escoba y me río.
...
la soga con los crespos hechos cuelga de dios sabe dónde
"me desmayo, David, hasta mañana"
la noche cruza sus dedos de miedo
la noche ya no existe y es porque hoy duermo
con la luna que fuma ahora
...
te abro la boca y me voy,
no
puedo
besar
a
una
mujer
que
no
se
reconoce.