domingo, 19 de octubre de 2014

(SE NECESITA MUJER CON QUIEN IRSE A LA MIERDA. Razón: aquí)

Yo no quiero que cansada me mires como a un sofá con un "prohibido sentarse",
peor
como a un estante "prohibido apoyarse".
Yo quisiera que nos
miremos detrás del cristal y que me compres antes de abierta la tienda,
de que no te importe que
esté al cincuenta por ciento de descuento aunque mienta,

que se te olvide que estoy en la parte más alta del acomodado
o de que esté con la fecha de vencimiento en navidad.

Yo quiero, pequeña,
estar exiliado en el bolsillo trasero de tu jean
y, si me animo,
flotando en tu capucha.

Pero
-y no me recuerdes la oscuridad nuestra cuando te digo esto-
dijiste que en el sofá no cabemos los dos y el gato,
menos tú sola de largo sin los tacos que no te compré.

te llamé a las 3am y me respondió tu ronquido,
son las 5am y si te sigo escuchando me duermo en clase.
- ¿El desayuno?
- Más tarde, la cafeína está despierta aún.

si supieras, X. si supieras que odio tu nariz
pero me perfumo cada vez más;

-¿La ayudo en algo?
-Sí, ése por favor.
-Bien...
-Perdone... me lo llevo puesto.




jueves, 2 de octubre de 2014

Carta 0

Querida Aspirina:
Hace media caminata diaria y 3 horas que tenían agachando mi cabeza toneladas de palabras para ti, pero con esto de que la tierra donde sobrevivimos no es de las que motiva recordar mucho, entonces, como el bocinazo de un auto apurado, mis cavilaciones se esfumaron, disculpa. Ahora planeo recordar las calles y recordar las cosas que quería decirte cuando caminaba por ellas. Recuerdo, por ejemplo, que tenía planeado decirte que de pronto te recuerdo sin motivo alguno: no creo, queridísima y tan especial Aspirina, que las calles llenas de gente me recuerden a ti, o, por lo menos, no lo acepto. Bueno, entonces, dicho eso, tengo que decirte también que las pistas están como hechas de tus pasos, no pretendo ser poético, pero palabra que así parece.
Al ritmo de esa danza monótona que practican los carros sin ganas de causarnos aplausos, a ese ritmo andaban las cosas cuando caminaba, hasta que de pronto se me antoja treparme a los postes y, sin catalejo a la mano, buscarte con la desesperación tranquila con que se busca una palabra en el diccionario. No estás, muchacha, y yo no soporto estar aquí en plan de chimpancé enamorado. No estás, linda, y no sirve cubrirme del sol. Desapareciste.

Iba volviendo a doblar las esquinas dobladas con un recuerdo que pesaba tanto como un remordimiento en semana santa. Este recuerdo era explícitamente de mí a la salida del colegio esperando a mi ex ex ex ex enamorada (que en ese tiempo aún no era mi ex ex ex ex enamorada, sino que era la enamorada que tenía que llevar de la mano en aquel entonces), en esas ansias andaba cuando –ojo libretistas de telelloronas- apareció mi ex ex ex ex con el uniforme más limpio y que mejor le ceñia, todo bien hasta ahí de no ser porque tenía de la mano a un mastodonte de unos cuantos centímetros más grande que yo; horror, se me arruga el corazón, play a la balada decepcionante, se reparten pañuelos a las viejas lacrimosas que reprochar el acto de la muchachita que hoy hizo mal en dejar al muchacho humilde. Esto pudo haber acabado ahí, pero no: el salvaje la subió a una bicicleta y se la llevo; no se me borra aún esa sonrisa de señorita satisfecha equilibrándose en esas dos ruedas con el repentino amante éste. De tanto recordar y repasar ésta escena, se me ocurrió que tenía que comprar una bicicleta, de preferencia igual a la de ese grandazo para así quitarme el mal sabor de esa mala experiencia sin olvidar ningún detalle.

Cosas de esa naturaleza se iban presentado delante de mí, cosas como que a veces escribo poemas de amor cuando estoy solo como nunca, cosas como que necesito una mujer que me emparche un poco, cosas como que tengo más dedos que enamoradas tuve.

Te confieso, Aspirina, y esto te lo digo con un disco de Pink Martini de fondo, que hace más o menos una semana que hay un alma con cuerpo –más alma que cuerpo- que ronda por la universidad, si te imaginas sin mucho esfuerzo a un ángel que camina sin rumbo, entonces habrás imaginado a la muchacha de la que te hablo. A esta mágica señorita, de caminar mágico también, la llamaré “X”, no porque sea de nombre indeterminado, sino porque sé que la inicial de su nombre es ésta después de varias investigaciones.  Hay algo misterioso en su caminar, y algo sin duda importante en la costumbre que tiene de cruzarse conmigo en cada caminata que doy de aburrido. De verla más tiempo que a cualquiera, le terminé por escribir un poema (que pronto te llegará sin estampilla, claro está). Entre esos tan constantes sutiles encuentros, hubo en que la vi con un muchacho. Tengo que decirte, Aspirina, que la señorita que a veces parece caminar conmigo no se sentía muy cómoda que digamos, quise, como muchas veces en estos casos en que muchachas lindas hablan con salvajes que no las entiende, ir y llevarla de la mano diciéndole: “Háblame a mí que yo te escucho todo lo que quieras”. Está de más decir que nunca hice tal hazaña, y también está de más decir que por cobarde. Te prometo, Aspirina, que mañana voy y la cojo de la mano y nos vamos caminando juntos, y, si ella se anima, nos vamos sobre una bicicleta bonita.


P.D: Aspirina, hoy te esperé todo lo que es permisible esperar cuando un café se enfría a la velocidad de reloj cucú malogrado, mañana en el mismo lugar y en el mismo café.