martes, 22 de julio de 2014

Encias sangrantes Murphy

Chass, me duele la boca, una encía desgarrada, creo. Todo normalmente aburrido hoy en clases, todos aportan con el sobaco comentarios referentes a métodos de estudio. Estoy paranoico con eso de que la gente juzga a diestra y siniestra mi pantalón desteñido con un relativamente notorio desgarro a la altura del pie derecho. Igualmente criticable, mi chompa azul que sinceramente la uso porque mamá me lo obsequió con el amor de 1000 Marías en navidad, aunque me encaja sólo hasta un poco más arriba de la cintura, este defecto me exige que constantemente estire la chompa hasta la cintura; también debo de recalcar que actualmente ando con una panza envidiable, esto no hace más que empeorar la situación ésta del tira y afloja. Levanto la cabeza para asegurarme si el profesor sigue ahí, o para enterarme de que ya no está. Veo el mohicano mal hecho de Álvaro, me mira y le muestro el dedo medio, me sonríe, yo llevo el obsceno dedo directamente hacia el profesor, Álvaro sonríe más. Se sonríe más cuando el dedo medio no es para uno, incluso si es para dos. Este salón es como un cuarto de campamento, el cuarto de campamento más amplio, frío y sucio. Ever estornuda y media docena de voces exclama ordenadamente “¡Salud!” Ever responde la cordialidad con un “Gracias” general, no piensa  recalcar su retribución.


“Fuma hierba del porro”, una pared sucia se ve mejor (es más apreciable) cuando uno se entera por esta frase que un pastrulo sin remedio hizo una propuesta al ocasional ser que decide sentarse exactamente en la última banca de la esquina al fondo de la clase.
Si doy este examen que se acerca como di ese que pasó mal, entonces tendré que compartir este salón de campamento con nuevos cachimbos el año que viene, no me puedo rebajar a esto, tengo que superar este examen desgraciado, amén.


Me sigue doliendo la encía. Todo empezó cuando jugueteaba ingenuamente en la boca, justamente en esta encía sangrante, con un lapicero roído por un extremo, de pronto de un movimiento brusco e inconsciente  me rasgo esta parte de la boca. “Mierda”, bajo la cabeza refugiándome en mis brazos para que mi sufrimiento sea solo mío, estaba, pues, en medio de una manada de microcéfalos alumnos que critican mi facha de obeso desteñido con ropa inapropiada y encías sangrantes.

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